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¿Tomamos mejores decisiones bajo presión?

21/12/20236 Mins Read
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Phineas Gage era un trabajador del ferrocarril que a mediados del siglo XIX se encontraba despejando una zona rocosa para poder construir la vía de un tren en el estado de Vermont (Estados Unidos).

Al preparar un barreno en una de las rocas para volarla se produjo una explosión incontrolada que hizo que la barra de hierro, introducida en el agujero de la roca junto con los explosivos, saliera despedida y atravesara el cráneo de Gage, entrando por el lado izquierdo de la cara y saliendo por la parte superior de su cabeza. Tal golpe afectó a la zona medial de los dos lóbulos frontales.

Fue muy sorprendente comprobar que Gage no perdió la consciencia en ningún momento y mantuvo intactas sus capacidades motoras e intelectuales. De hecho, se le dio de alta dos meses después del suceso.

Pero después del accidente Gage ya no fue el mismo, no cambió su intelecto, pero sí su personalidad. Pasó de ser una persona, educada, responsable y querida a ser irreverente, caprichoso, infantil y malhablado. No consiguió permanecer mucho tiempo en ninguno de sus trabajos posteriores por su falta de responsabilidad y sus malas decisiones, se arruinó y terminó viviendo a costa de su familia.

Este es uno de los casos más famosos en psicología y en neurociencia, pues es la primera vez que se pone en evidencia la relación entre el cerebro, en concreto los lóbulos frontales, la emoción y la toma de decisiones.

La emoción nos ayuda a tomar decisiones: La hipótesis del Marcador Somático

A mediados del siglo XIX el psicólogo William James formuló una teoría sobre la emoción que no por desconocida deja de ser interesante. Para James, no lloramos porque estamos tristes, sino que estamos tristes porque percibimos que lloramos.

Es decir, ante un suceso que nos entristece, primero aparecen las reacciones fisiológicas y es la percepción de esos cambios fisiológicos los que producen la emoción de tristeza.

Retomando esta idea, el investigador Antonio Damasio formuló la hipótesis de “El marcador somático”, que dice que las respuestas somáticas guían y facilitan la toma de decisiones.

Es decir, cuando tomamos una decisión se produce una reacción emocional que tiene que ver con el resultado de esa decisión. De esta forma, en situaciones de toma de decisiones posteriores se generarán respuestas somáticas anticipatorias a la decisión que son fruto de las experiencias anteriores parecidas.

Según esta teoría, Phineas Gage no podía tomar buenas decisiones porque su lesión frontal le impedía beneficiarse de la percepción de esas respuestas somáticas anticipatorias que guían la decisión.

El papel de la amígdala en la toma de decisiones

La amígdala es una estructura que forma parte del circuito límbico del cerebro, clave en la expresión de la conducta emocional y en el procesamiento de las respuestas somáticas y neuroendocrinas.

Su papel fundamental se basa en el aprendizaje e integración de la conducta emocional a través de las respuestas somáticas y neuroendocrinas que nos producen los estímulos o situaciones. Por tanto, participa en la respuesta de expresión emocional. Dichas respuestas serán modificadas y reguladas según las experiencias anteriores.

Es necesario un tándem entre la amígdala y la corteza prefrontal para gestionar la información sensorial y proceder adecuadamente en la toma de decisiones en situaciones de riesgo e incertidumbre.

¿Qué sucede si la amígdala está lesionada?

Los investigadores Bechara y Damasio emplearon en el año 1994 un original juego que pretende simular situaciones reales: para actuar de forma adaptativa es necesario anticipar las consecuencias favorables y desfavorables de una elección.

En ella los participantes del experimento deben escoger en cada ensayo una carta entre 4 mazos. Cada elección está asociada al riesgo de ganar o perder puntos. Además, a través de los distintos ensayos cambia la probabilidad de ocurrencia de ganancia o pérdida, generando más incertidumbre.

El objetivo es ganar el mayor número de puntos posible y a través de los ensayos los sujetos aprenden que dos de los mazos, llamados arriesgados, en algunos ensayos dan muchos puntos, pero en otros los quitan, mientras que eligiendo cualquiera de los otros dos, ganan menos puntos, pero también pierden menos. A la larga, ganan más puntos si eligen las cartas de los mazos ventajosos.

Las investigaciones realizadas en pacientes con lesiones frontales o en la amígdala han mostrado que realizan esta tarea mucho peor que los sujetos sin lesión. Además, no presentan, o no procesan adecuadamente, las respuestas somáticas anticipatorias (el marcador somático) registradas por la respuesta de la conductancia eléctrica en la piel.

En el caso de los pacientes con lesiones en la amígdala, los investigadores observaron que se producía una incapacidad para generar los atributos emocionales asociados a las respuestas somáticas. Sin embargo, en el caso de los pacientes con lesiones frontales el déficit podría estar vinculado a una dificultad en el procesamiento cognitivo de dichas respuestas somáticas.

Activación sí, pero en su justa medida

Los estudios muestran que las lesiones cerebrales frontales o en la amígdala producen la ausencia o deterioro en el procesamiento de estos marcadores somáticos. Todo ello conduce a tomar decisiones inadecuadas, impulsivas o desventajosas.

Pero no toda activación somática es beneficiosa. Según la ley de Yerkes Dodson, la relación entre una buena ejecución y la activación fisiológica tiene una forma de U invertida, de forma que el rendimiento aumenta a medida que incrementa la activación, pero solo hasta un punto a partir del cual, cuando los niveles de activación son muy elevados, el rendimiento disminuye.

Por ejemplo, existen datos que demuestran que el estrés produce un incremento en la actividad de la amígdala que impide el adecuado funcionamiento de la corteza prefrontal y, por tanto, un deterioro en la toma de decisiones.

Cómo regular el funcionamiento de la amígdala

La práctica de técnicas que reducen el estrés, como la relajación, la meditación, la atención plena o el yoga, nos ayudan a regular nuestras emociones bajo el principio de hacernos más conscientes sobre nuestro estado de activación o estado somático y nos ayudan a aprender a regularlo.

La práctica de estas actividades relajantes mejora la consciencia de las señales interoceptivas de nuestro cuerpo, un hecho que distintos estudios asocian a un efecto beneficioso en la toma de decisiones.

¿Pero la práctica de estas técnicas produce también un cambio en nuestro cerebro? Los estudios de neuroimagen han mostrado que la práctica regular de la meditación mejora el funcionamiento del sistema límbico. La práctica de mindfulness, por ejemplo, está asociada con una reducción en la actividad de la amígdala y una mejora en la conectividad sináptica de comunicación con el córtex prefrontal.

Además, estos hallazgos se han encontrado en personas que han realizado dicha actividad con regularidad en distintas condiciones de partida, como situaciones de estrés, de ansiedad e, incluso, también se han producido mejoras en personas sin ansiedad.

Estos cambios en nuestro cerebro nos ayudan a tener una mayor consciencia de los marcadores somáticos, lo que repercutirá en una mejora en la toma de decisiones.

Fuente: Pilar Flores Cubos y Margarita Moreno Montoya / theconversation.com

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