La adicción no es solo una cuestión de fuerza de voluntad o debilidad personal. Es una compleja interacción entre la biología, la genética, el entorno y la psicología. A medida que la ciencia avanza, comprendemos mejor por qué algunos individuos desarrollan adicciones con mayor facilidad que otros, y cómo nuestra propia evolución podría haber contribuido a esa vulnerabilidad.
La adicción como una respuesta del cerebro
Nuestro cerebro está diseñado para buscar placer y evitar el dolor. Desde un punto de vista evolutivo, esta estrategia nos ha ayudado a sobrevivir: encontrar comida, buscar refugio, reproducirnos. Estos comportamientos generan una liberación de dopamina, un neurotransmisor clave en el sistema de recompensa del cerebro.
Las drogas, el alcohol, el juego, e incluso el uso excesivo del móvil o las redes sociales, secuestran este mismo sistema. En lugar de recompensarnos por acciones beneficiosas, lo hacen por comportamientos que pueden ser perjudiciales a largo plazo. La liberación artificial y masiva de dopamina refuerza estas conductas, generando una espiral difícil de romper.
¿Nacemos con predisposición?
Estudios genéticos muestran que aproximadamente entre el 40% y el 60% del riesgo de desarrollar una adicción es hereditario. Esto no significa que tener ciertos genes nos condene a ser adictos, pero sí que aumenta la susceptibilidad si se combina con factores ambientales, como el estrés, el trauma o el fácil acceso a sustancias adictivas.
Por ejemplo, variantes en genes relacionados con los receptores de dopamina (como el DRD2) pueden hacer que una persona experimente un mayor placer —o una menor recompensa natural— al consumir determinadas sustancias o realizar ciertos comportamientos. Esto puede llevarlos a repetir esa conducta más frecuentemente y con menos capacidad de control.
Factores ambientales: el contexto también importa
El entorno en el que crecemos y vivimos juega un papel crucial. Familias disfuncionales, pobreza, violencia, abuso infantil o falta de vínculos sociales estables son factores que incrementan el riesgo de adicción. El estrés crónico, tanto físico como emocional, también modifica la química cerebral y aumenta la propensión a conductas adictivas como una forma de escape.
Por otro lado, un entorno protector, el acceso a la educación, el deporte, y una red de apoyo emocional fuerte pueden actuar como factores de resiliencia frente a la adicción, incluso en personas genéticamente vulnerables.
¿Solo sustancias? Las adicciones conductuales
La ciencia ha ampliado el concepto de adicción para incluir comportamientos como el juego patológico, la adicción al sexo, a la comida ultraprocesada o a las pantallas. Aunque no implican el consumo de una sustancia, estas adicciones activan los mismos circuitos cerebrales de recompensa y refuerzo.
La facilidad de acceso a estímulos adictivos —como casinos online, redes sociales o comida altamente sabrosa— puede estar incrementando el número de personas con comportamientos compulsivos, incluso sin que lo reconozcan como una adicción.
La buena noticia: el cerebro puede cambiar
Gracias a la neuroplasticidad, el cerebro tiene la capacidad de reorganizarse y formar nuevas conexiones a lo largo de toda la vida. Esto significa que con tratamiento, apoyo terapéutico y cambios en el entorno, muchas personas pueden recuperarse de la adicción.
Terapias como la cognitivo-conductual, el mindfulness, los grupos de apoyo y, en algunos casos, medicamentos específicos, han mostrado eficacia en el tratamiento de distintos tipos de adicción. Pero el primer paso suele ser el más difícil: reconocer el problema y buscar ayuda.
Fuente: noticiasdelaciencia.com