Durante siglos nos han dicho que la felicidad es una meta, un estado al que se llega y en el que, una vez ahí, uno debería quedarse. Como si se tratara de un destino permanente, libre de altibajos, malestares o contradicciones. Pero, ¿y si esa idea tan instalada fuera parte del problema? ¿Y si lo que entendemos por felicidad es justamente lo que nos impide alcanzarla?
El camino a la felicidad
En una cultura que idealiza el bienestar constante y rechaza cualquier forma de malestar, la felicidad se ha vuelto un mandato, más que una experiencia real. Nos convencemos de que algo está mal si sentimos tristeza, vacío o incomodidad. Pero tal vez sea hora de dejar de perseguir una felicidad anestesiada y empezar a resignificarla como la capacidad de estar presentes también con lo que duele, sin quedar atrapados en ello.
Este artículo propone una mirada sobre el bienestar, no como la eliminación del sufrimiento, sino como la integración consciente de todo lo que nos habita. Porque quizás la felicidad no sea un estado al que se llega, sino una forma más honesta y humana de transitar la vida.
Desde las corrientes psicológicas de tercera generación, como la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), se sostiene que el sufrimiento humano proviene en gran parte de la lucha constante contra las emociones “negativas”.
Esta lucha, conocida como evitación experiencial, nos lleva a desconectarnos de lo que sentimos, tratando de controlar o eliminar el malestar a cualquier costo. Russ Harris habla del “mito de la felicidad”, la creencia errónea de que la vida plena implica no sufrir. En realidad, vivir con sentido implica poder estar presente también con el dolor, sin quedar atrapado en él.
Los problemas con el equilibrio
Muchas veces nos comparamos con otros como una forma de revisar o incluso construir nuestra autoestima. Cuando no encajamos en un grupo y esta comparación se basa en parámetros dudosos, no cuestionados ni evaluados en profundidad, y además el resultado nos resulta desagradable, solemos concluir que estamos condenados a no ser felices.
Sin embargo, si la comparación nos impulsa a incorporar conductas o habilidades que consideramos valiosas o simplemente nos agradan, entonces estamos yendo en una dirección más constructiva. El problema aparece cuando ese balance nos deja inseguros, o nos lleva a juzgarnos sin preguntarnos primero si realmente deseamos parecernos a ese otro, si esos valores o características que admiramos coinciden con lo que en verdad valoramos en lo profundo.
En esos casos, lo que queda es la desorientación o una sensación de disminución personal. A veces, no encajar en un lugar no solo no es un problema, sino que puede ser un halago y una señal de autenticidad. No siempre adaptarse es el ideal.
Por otro lado, nuestro cerebro no está diseñado para hacernos felices, sino para mantenernos con vida. El sistema nervioso prioriza la detección de amenazas y la evitación del dolor físico y emocional. La amígdala, el sistema límbico y el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal (HHA) se activan frente al peligro, generando respuestas de lucha, huida o congelamiento.
Además, el sesgo de negatividad nos lleva a recordar más lo doloroso que lo placentero. La dopamina, por su parte, no se activa solo con el placer, sino con la expectativa de alivio. Todo esto nos muestra que muchas de nuestras decisiones están orientadas a evitar el malestar, incluso cuando creemos estar buscando “la felicidad”.
Alojando el dolor
El psicoanálisis nos aporta algo más para tomar en cuenta, el sufrimiento no es un error a corregir, sino una condición estructural de la subjetividad. Desde Freud hasta Lacan, se ha planteado que el deseo humano nace de la falta, y que esa falta genera malestar.
Pero es justamente esa falta la que nos empuja a movernos, a crear, a vincularnos. Lacan dirá: “no se trata de estar bien, sino de poder desear”. En lugar de buscar la eliminación del dolor, el psicoanálisis apunta a darle un lugar simbólico: alojarlo, elaborarlo, hacer algo con él.
En definitiva, la idea no es resignarse al dolor ni romantizarlo. Tampoco se trata de glorificar el sufrimiento como si fuera una virtud en sí misma. La clave estaría en reconocer que el sufrimiento es parte inevitable de la experiencia humana, y que no todo malestar tiene el mismo valor ni la misma función en nuestras vidas.
Para graficarlo en forma simple, podemos decir que hay un sufrimiento “inútil”, que está más cerca de ser el producto de una dolencia psíquica a la que hay que observar y revisar. Este sufrimiento encierra un ciclo de evitación, negación y repetición. Es el dolor que no se elabora, que se reprime o que se actúa de forma compulsiva. Es el malestar que genera parálisis aislamiento y adormecimiento emocional o desgaste crónico.
Por otro lado, existe un sufrimiento que podríamos pensar como algo más beneficioso que si bien duele, también invita a una transformación, Es el malestar que nos obliga a detenernos, a mirar hacia adentro, a repensar vínculos, elecciones, creencias, No es cómodo, pero es fértil. Es un dolor con dirección, con sentido con posibilidad de ser habitado de otro modo. Es el dolor de la implicación en lo que nos esta pasando, el generador de un cambio, él nos hace pensar y actuar en nuestra mejora y bienestar.
Una reflexión final
Este sufrimiento no contiene frases motivacionales ni se resuelve con una sonrisa forzada. Se atraviesa con presencia, con apoyo, con espacios de elaboración emocional. La terapia, el arte, la escritura, el vínculo genuino, el silencio consciente, son caminos que nos permiten estar con lo que duele sin ser devorados por ello.
Quizás no se trate de evitar el dolor, sino de construir una vida suficientemente sólida, significativa y humana como para incluirlo sin quebrarnos. Una vida en la que podamos estar tristes sin sentirnos fracasados, frustrados sin colapsar, vulnerables sin culpa. Una vida que nos determine en nuestra individualidad y no como parte de un rebaño.
En ese sentido, la felicidad no sería la ausencia de sufrimiento, sino la capacidad de sostener la experiencia emocional completa de estar vivos, sin huir de nosotros mismos. Y eso, tal vez, sea mucho más poderoso y verdadero que cualquier ideal de bienestar permanente.
Fuentes: Silvana Weckesser. (2025, mayo 21). ¿Realmente queremos ser felices o solo evitar el sufrimiento?. Portal Psicología y Mente. https://psicologiaymente.com/psicologia/queremos-ser-felices-o-solo-evitar-el-sufrimiento